Ofelia Rodríguez
Ofelia Rodríguez (1946, Barranquilla) es una artista enlazada por dos culturas: creció en el Caribe colombiano pero su carrera fue evolucionando en el exterior, al exiliarse voluntariamente en el Reino Unido. Se podría decir que el viaje es un peregrinaje hacia el autoconocimiento, y que el exilio, siguiendo a la teórica Linda Nochlin, es un lugar fértil para el desarrollo independiente y el crecimiento. Paradójicamente, este camino que la alejó geográficamente terminó conectándola más con su lugar de origen. Las raíces se fortalecieron con la distancia, y el realismo mágico, que sin duda proviene del entorno tropical colombiano, empapa su obra.
El tema de la identidad cultural es una de las narrativas centrales en su obra, que se caracteriza por un firme interés en revelar sus raíces tropicales, destacando −e incluso exagerando de manera consciente− los clichés que conllevan, como el tema de lo exuberante o del colorido chillón. Otros ingredientes de su trabajo vienen de tratar asuntos sobre lo femenino de una forma aparentemente ingenua, mediante un lenguaje pop que, sin duda, muestra su sentido del humor.
Tras realizar sus estudios de arte en la Universidad de los Andes a finales de los años sesenta, hizo su maestría en la Universidad de Yale, así como algunos cursos de arte en Pratt. Posteriormente, estudia en París y organiza su primera exposición de assemblages y cajas mágicas, en los que utiliza juguetes, objetos religiosos, relojes y otras cosas de la vida cotidiana. A través de su obra, Rodríguez confirma la simbiosis de la artista que deja sus orígenes y crea una caracterización del latino que deja la periferia para representarse desde los centros hegemónicos del arte. Por esta vía se podría decir que usa, de manera intencionada incluso, el estereotipo de sí misma para lograr concretar una propuesta creativa propia.
Como propuso el sociólogo Stuart Hall, en su texto «Negociando las identidades caribeñas»: «Dado el desequilibrio que provoca, independientemente de la posición ocupada en la jerarquía racial, crecer en una sociedad en la que es tan complicado identificar el perfil en el que encajas, y lo difícil que es encontrar en el pasado histórico algo en lo que reconocerse, no es de sorprender que para los caribeños de todo tipo, clase y posición, su identidad cultural sea todavía un misterio y un problema, una cuestión aún por resolver».
Las pinturas y cajas de Ofelia Rodríguez, que creció totalmente inmersa en las costumbres caribes y afrodescendientes de una importante ciudad de la costa colombiana, plantean simbologías de lo femenino y lo masculino, principalmente, la condición de macho frente a la imagen de la mujer, frívola y boba, que subyacen en la cultura tropical latina. También sobre el sincretismo religioso y la abundancia presente en la fauna animal y humana. La artista explora irónicamente estas retóricas a través de su trabajo como una manera de hacer visibles los paradigmas de su país desde el exterior.
Las obras parecen gritar desenfadadamente un manifiesto cínico pero a la vez orgulloso: «Vengo del paraíso, de la tierra de la pasión y el realismo mágico». La ironía reside en que, sin duda, ha existido una mirada exotizante en los relatos eurocentristas que se hacen de Colombia. Sin embargo, al mismo tiempo, Rodríguez exalta con orgullo todo el bagaje cultural del país, rompiendo los límites entre la baja y la alta cultura. En sus obras incluye, de manera no jerárquica, publicidad de cerveza, animales de juguete, telas indígenas mezcladas con una pintura que encuentra su equilibrio en colores bastante planos, y formas muy básicas que recuerdan a José Leonilson, uno de los artistas brasileros más importantes de los años ochenta, que promovió un retorno a la pintura.
Los dos artistas, que trabajaron arduamente a partir de la misma década, se interesaron por una comunión entre una pintura de amplios campos de color, que por momentos parece llegar a una abstracción transgredida por la costura, el assemblage y la palabra. La aparente formalidad pictórica está cargada de simbologías, en muchos casos de manera casí mística y religiosa, pero también escandalosa. Son trabajos que operan como una autobiografía iconográfica en la que siempre habrá algo más escondido detrás de lo obvio.
Her paintings and boxes involve strong symbologies of the feminine and masculine in her native country: the macho condition vs. the frivolous women that lie in the everyday culture of Colombia. The artist, who moved early on to London exacerbates this visual rhetoric through her work as a way to picture her country from abroad, from a culture where she doesn’t belong. It is as a manifesto, a stubborn and ironic way to scream: I come from the land of paradise, wildness and magical realism, but always with something more reflective lying beyond the obvious.